Si alguien alguna vez te dijo que yo no te veía como mi mujer, él tiene razón.
Pues
no eres mi pertenencia.
Porque
te veo como aquella,
mi
leal compañera que camina al lado del fuego.
No
al frente ni atrás.
No
eres para mí la costilla del mito de Adán,
ni
mucho menos la relegada de estos dogmas sin suelo.
Eres
tú aquella mujer con nombre e historia que habita la patria de su piel.
Roja
piel,
brasa
encendida de tus hombros en la hoguera.
Eres
propietaria de tu cuerpo.
Te
veo.
Eres
mi amiga,
cómplice
de mis letras que arden en cúpulas con el sol,
no
por el formato de seda y los calcetines almidonados,
sino porque juntos
recolectamos atardeceres por los caminos verdes de la palabra.
Eres
mi desnuda amante, porque en compañía alcanzamos la lluvia,
esa
pequeña muerte que le lame los dedos a Dios.
Quien
te dijo que yo no te veía como mi mujer, no se equivocó.
Porque
no eres mi mujer, pues no eres mi propiedad privada.
No
eres objeto del mercado humano.
Sos
mujer.
Sí,
sos la mujer que amo con vehemencia descarada,
sin
cordura,
insensatamente,
sin
estribos,
con
razón humanizada.
Con
el sólo roce del verso de tu espalda en mi pecho las letras palpitan ardientes
en mi boca.
No
eres mujer de lujo, ni es tu rostro el trofeo en la escuálida pared.
No
eres mi mujer, porque no sos papel de cambio.
No
eres mi mujer sino ella con nombre, la dueña de mis poesías y las cenizas de mi
vientre.
Aquella
mujer que conmigo ha depuesto las armas para dibujar un territorio libre.
La
salvación de las almas se da por medio del deseo.
Yo
sé dejarte libre cuando desees irte, y te sé esperar cuando has de volver.
Hugo Oquendo-Torres
Sombra de un
verano
27 de Agosto, 2012