Jesús,
en el instante que en el horizonte se desgranaba la última brasa del sol,
después de la misa de seis, se bajó del madero y entró al confesionario.
Tomó
de debajo del reclinatorio su cartera de maquillaje para transformar su rostro
empalidecido.
Con
una banda plástica disimuló sus cojones, luego ajustó a su cuerpo depilado el
pantalón dorado con lentejuelas que su madre le había confeccionado.
Se
abultó sus senos con dos formas de espuma; de allí ocultando la herida de perro
callejero en su costado, se ciñó al corpiño un corsé negro.
Colgó
su corona de espinas en el perchero, luego cepilló su cabellera dorada y se
aplicó lápiz labial color escarlata.
Después
de ponerse sus botas altas de cuero, guardó como amuleto de suerte entre su
pecho una navaja y tres condones.
Jesús
levantó su mirada, lanzando un grito al cielo a garganta herida, encomendó su cuerpo
al Padre y vivió.
Ahora
él, ella, mariposa púrpura que danza entre bambalinas, bajo los ojos azules de
la noche desnuda, hasta las seis de la mañana, cuando acabe su jornada de piel
húmeda, se llamará Samanta.
Ella
con su cabellera suelta, salvaje, carriola de estrellas libres, seduce las
miradas ansiosas del cáliz de su sexo, su pan y su vino.
Hoy
querremos comulgar con su cuerpo excitado.
En
la esquina de la avenida, cerca al semáforo, Samanta fue abordada por una
camioneta blanca, allí nuevamente fue violada por el peso de la razón
sacramentada.
Una
y otra vez fue penetrada con el falo absolutista de la verdad heterosexuada.
Su
rostro fue torturado, masacrado fue su vientre y raído desde su espalda.
Se
repartieron su ropa
Y
se sortearon su túnica.
La
muerte ha vuelto a tener otro orgasmo.
Treinta
monedas de plata cayeron sobre el tenso pavimento que era mordido por la lluvia.
Lluvia
de agua-sangre se escurre entre las
cloacas de la ciudad, alimentando el silencio de los ojos tenues.
Su
maquillaje, serpentina de la aurora, se difuminaba por su rostro haciéndose una
acuarela con su boca magullada. Ni una
sola lágrima de sus ojos de gata medialuna fue derramada, porque pudo más el
coraje que la derrota de la locura.
Samanta
al tercer día, después de la misa de seis, resucitará, el carnaval de su lápiz
labial no se ha borrado de su boca roja.
Hugo Oquendo-Torres
Poética del cuerpo
desnudo
01 de Marzo, 2012.