Digamos
que su nombre era Emilia.
La
reivindicación de Eva y el rompimiento del mito de María.
De
ella conocí sus hombros llenos de estrellas.
No
puedo negar que sus labios los quise besar, y que también deseé abrazarla cómo
cuando se abraza con las tripas y el corazón.
Su
mirada altiva me hacía sospechar de su arrojo, de su orgullo, de su feminidad
libre.
Sus
palabras me hacían humano.
En
las tardes de sol se paseaba entre las sombras de las guaduas, aplastando con
sus pasos las tostadas hojas tiradas en el suelo.
Sus
ojos aguamarina eran sinceros, por lo menos eso dejó ver siempre que se le
miraba desde la distancia.
De
ella sólo guardo un recuerdo, es tonto decirlo.
De
Emilia conservo su silueta entre el pastizal.
Ella
corriendo bajo la lluvia, aspirándose la última bocanada de su cigarrillo.
Me
gustaba mucho cuando fumaba y hablaba con soltura.
Emilia
hablaba de la política y las mujeres.
Hablaba
acerca de la defensa de su cuerpo como territorio que ha sido vulnerado.
Hablaba
de la emancipación de la feminidad más allá del imaginario del vientre.
Era
un deleite participar de sus disertaciones de mediodía.
Su
espalda delgada la quise abrazar hasta romperme cual árbol viejo.
Digamos
que eso quise que pasara.
En
la tarde, un día antes de su vuelo, nos tomamos unas caipirinhas y llenamos el ocaso de tertulias.
Sus
ojos le brillaron como palabras recién paridas, esa fue una leve sensación que
tuve cuando rocé su brazo.
De
Emilia preservo el recuerdo de su sonrisa perfumada sobre las hojas de este verso.
En
el instante que se iba a marchar yo le quise escribir este poema, pero nunca se
lo entregué, porque en su habitación ella estaba empacando su maleta de viaje.
Regresaría
a su ciudad y yo a mi pared blanca, mi universo mudo lleno de palabras como su blusa
verde.
Su
nombre es Emilia, aunque sea un secreto entre ella y yo,
Y
la punta de sus senos.
Hugo Oquendo-Torres
Poética del
cuerpo desnudo
07 de Agosto, 2011.