Por: Pablo
Manco.
Colegio Bello
Oriente 2012
Estudiante de
grado 11.
Afortunadamente arrastrado por una mano
blanca, semejante a la leche, tan suave como la piel de un amor fortuito, que va
en aumento a medida que el río moldea sus grises piedras; me aleja de aquella
realidad sumergida en terror, desesperación y angustia. Escapo de allí, pero en mi mente quedan
presentes todos aquellos hombres y mujeres que buscan la tranquilidad de sus
almas. Los humanos siempre hemos estado
solos, aunque creamos estar acompañados y protegidos por otros, la realidad es
diferente. No sabemos si fue un ser superior
o el mismísimo universo el que nos arrojó a esta tierra, tierra de hombres
codiciosos, llenos de odio y claramente afectados por el poder, siempre
queriendo poner su mano sobre los demás individuos que sin ningún reclamo
agachan la cabeza y sus pensamientos sucumben a la más mínima representación.
El corazón del hombre anhela salir libre y romper las cadenas de la
esclavitud que desde niño se le fueron puestas, no puestas por su madre que al
más mínimo rasguño corría y buscaba la manera de curar sus heridas, sino por un
sistema que decidió absorber toda su vida y dejarlo a merced de sus sobras. “la guerra, inevitable situación en nuestra
eterna competencia; le arranca los ojos a los hombres y amarra sus manos a un arma que vacía las arterias y deja
profundos huecos en el alma. La
oscuridad disfrazada de vela, atrae a los hombres para luego dejarlos desnudos
y poner en ellos la semilla del fracaso”.
La única razón de ser de hombres y mujeres yace en sus sueños, sus
pensamientos, pequeños momentos cargados de felicidad y armonía con otros
seres. “vuestra única esperanza está
dentro de vosotros mismos, cuando aceptemos nuestro estado de seres vacíos y
busquemos cambiar nuestro mundo al trasformar los mentes y los corazones.
Nota: Este es un escrito elaborado por un estudiante
de mi clase de religión del Colegio Bello Oriente.