lunes, julio 15, 2013

La piel del sol.


Estos días soleados, 
de corazón herido, 
están prefijados 
como antecediendo a una desgracia, 
que día a día 
va tejiendo su trampa mortal, 
con hiel en copas de cristal. 
Tan dulce es el vino, 
tan mordaz su agonía. 
Profunda es la pena. 

Hay instantes de mariposa azul, 
en que la vida es tan densa, 
que cuesta tener los ojos abiertos, 
duele respirar, 
duele imaginar, 
duele pensar y existir, 
no obstante en estos días veraniegos
un crimen es el amor.  
Amar es tan pesado en esta época
y ser amado es tan escaso.  
Amar viviendo es tan denso 
y profundo 
como trascendental es la muerte.  
Ser amado 
como disipadas hojas de eucalipto 
que revolotean ardiendo en el fuego, 
es inverosímil. 

En las esquinas de los barrios 
y en los recónditos lugares de los pueblos 
se extingue la noche.  
Se extinguen los años 
en una liviana botella.  
Se incinera la cultura.  
Mueren los viejos.  
Muere la tarde.
Los caseríos
y las mecedoras en los corredores
se cubren con el polvo del olvido 
derramado en un verano.

Pesa la soledad.
Pesa el ocaso sobrepuesto en las montañas, 
y el rasgado sol naranja sobre los sabanales 
que perfilan las curvaturas del río.
Pesa la soledad en las tardes de sol, 
y nos ahoga el olvido 
cuando nace la noche.




Hugo Oquendo-Torres.
Sombra de un verano
04 de Octubre, 2008.