El
cuerpo es el lugar privilegiado donde la epifanía de lo sagrado acontece.
Allí
se aparea la piel con el verbo, cuando éste se hace carne.
El
ágape no se da sin el eros, puesto que del alma el cuerpo es su clítoris.
Hay
cierto placer que ciega a los espantos de los espejos rotos, y es cuando ardiente
está su aliento de vida.
Con
mi mano despierto la angustia somnoliente, mojada espera,
tersa
esperma que desciende al paraíso escondido para morder mi arteria hirviente.
Los
ojos caldean ante el vórtice de la playa, siendo ella la silueta del océano, la
metáfora del cuerpo abierto, el punto de encuentro con la palabra: sublime.
La
palabra se arropa con el otro, la otra y le besa los pliegues suaves a la voz
que jadea.
Un
orgasmo agitado es mi boca aguada.
Cada
uno llama razón a la pasión que lo humedece.
Cada
uno llama salvación al delirio de la piel erotizada cuando abre el pórtico del
Edén.
Hugo Oquendo-Torres
Sombra de un
verano
28 de Febrero, 2013