martes, marzo 12, 2013

Latinamente Humano y Sacramente Latino:



Apuntes para una Cristología desde de una periferia campesina latinoamericana.



Es todo un desafío escribir a Cristo, más cuando se trata de una vida rebosada de vida.  Una vida tan humanamente sacra como sacramente humana.  Puesto que es tratar de desmembrar todo un signo histórico lleno de luz, vitalidad, cosmicidad, esperanza, fibras, tejidos, fluidos, vértebras, suelo, sudor, lucha, resistencia y fe para luego transcribirlo en letras.  ¿Pero, qué dicen las letras, cuando de ellas sólo conocemos curvaturas, tinta y figuras; que además carecen de aseidad?  Sin llegar a ser reduccionistas, no podemos negar que ellas son recipientes, artesonados, eso sí.  Sin embargo, no vida en sí.  Difieren al hecho del río, la fecundidad de la tierra, el canto devocional del indígena o la resistencia bullerengue del afro.  Es todo un mysterium magnus escribir la aseidad del río ferviente de peces; la fertilidad del suelo preñado de sudor, piel, son y lluvia serena, cuando es un mysterium de vida en sí.  No obstante, para tener nociones del río o la tierra es imprescindible escribir desde el río y la tierra.  Sumergirnos por las venas de los ríos y revolcarnos en el suelo como lo hace el labriego, y echar raíces como nos enseñan las plantas.  La idea es vivir el río y vivir la tierra.  Por ende, una adecuada manera de encontrar luces del mysterium magnus de Cristo, es escribir desde las entrañas de él, untarnos de él, untarnos de pueblo, untarnos de gente.  Corpus Christi et Christi Corpus is novis Demus (Cuerpo de Cristo y Cristo del Cuerpo es nuestro Pueblo).  Ahora bien sería de suma importancia definir el concepto de pueblo.  Pueblo no es simplemente un conglomerado de gente reunida en torno a un individuo y con una misma expresión cultural.  Y uniéndonos a la percepción de pueblo con Pedro Casaldáliga, podemos afirmar que es un sacramento, puesto que: El pueblo mismo, la proximidad a él, el experimentar su vida y su situación es, sin duda, un factor que nos ayuda a cambiar, un sacramento de conversión[1].

     Retomando dicha cristología desde una óptica de la periferia campesina latinoamericana, es relevante definir cuál entonces será nuestro punto de partida.  ¿Será el de descifrar a Cristo desde la tradición rabínica?  La cual es semejante a las lecturas actuales mercantilistas, que lo invisibilizan haciéndolo no-persona, porque en ellos primó la institución sobre el individuo; la Torah y la tradición por encima del Ser.  O ¿Abordar a Cristo desde la postura griega Pantocrátor, todopoderoso?  El todopoderoso indiferente y enajenado de los todos-no-poderosos cohabitantes de la periferia.  ¿El todopoderoso para los poderosos? O ¿Desde un foco latino con su artilugio del Cristo Invictus?  El cual le da la espalda al perdedor y se privatiza para el marginado.  O mejor aún ¿Escribir a Cristo a partir de la posición absolutista del Cristo como el único camino de salvación en una relación metonímica paralela con el poder de la Estructura Eclesial?  Que más allá de una frase es un mero reflejo del orgullo en conjunto de algunas minorías, las cuales ostentan el poder como si poseyeran la verdad en sus manos; que a la larga viene a ser un cristo médium, el médium de manipulación, y por ende sería entonces un cristo cosificado, reducido exclusivamente a su valor en proporción a su beneficio. 

     Es por esta razón que debemos escribir a Cristo desde lo que somos.  Somos seres humanos compuestos por fibras y tejidos.  Que nos entrelazamos con el otro y la naturaleza, cuyo pálpito de vida trasiega caliente por nuestras venas.  No debemos escribir desde un cristo compuesto por fórmulas matemáticas religiosas, maniqueas: Humano igual a malo, divino igual a bien; humano más pecado igual a condenación, humano más cristo igual a salvación.  O a partir del cristo de las diatribas insulsas que reducen al Dios de la vida a un sólo término: Si cristo está en mi corazón, entonces hay: salvación.  Cristo como el equivalente a Salvación.  Pero, una salvación tan indiferente con las realidades sociales, tan enajenada de lo humano como de la tierra.  La salvación de Cristo trasciende la sola salvación, puesto que transversaliza las realidades históricas, compenetrando los aspectos: sociales, políticos, económicos, culturales, éticos, entre otros.  Cabe aclarar que el concepto de salvación ahonda en las realidades sociales.  Cristo es más que salvación, es más que amor.  Él es el Dios cósmico hecho carne y hueso. 

     Tener la salvación de Cristo es tenerlo a él, en comunión y viviéndolo en Comunidad.  Tener a Cristo es estar con, en y por él.  Tener a Cristo es estar con, en y por los pobres.  Es ponerse las sandalias del excluido.  Lo humano es tan divino como lo divino es tan humano.  Las realidades sociales son tan divinas como humanas.  No nos estamos refiriendo a dos historias de la vida, o a dos vidas de la historia.  Existe una neumatología carnal, una sacra unión insoslayable entre lo humano y lo divino.  Pues se trata teológicamente de dos órganos cósmicos consustanciales. 

     ¿Quién es Cristo para una comunidad de la periferia campesina latinoamericana, cuando ella viene de un pueblo masacrado, y además es de ascendencia campesina colono-afro/indígena?  ¿Cuando es una comunidad de cañadas, llanuras, campos y bananeras?  Cristo es un hombre de cañadas, desiertos, llanuras, campos y bananeras.  Cristo es de Nazareth e igualmente del Chocó, Córdoba, el Amazonas y el Urabá, etc.  Él debe ser para nosotras y nosotros, nuestro Dios, asimismo nuestro padre y nuestra madre.  Nuestro aquel a quien perdimos y ahora tenemos, nuestro hermano.  Del mismo modo es nuestro abuelo, abuela y nuestro pueblo.  Cristo es el Unigénito hecho carne, pero también hecho hueso, piel, suelo y madero.  Cristo es el hombre selva, porque de allí emana la vida, y la vida en digna abundancia.  Cristo es el hombre raza porque en él convergen los pueblos.  Cristo es el hombre arte porque en él confluyen todas las culturas.  Un árbol no es nuestro hermano, sin embargo hace parte de lo que somos y el donde estamos.  La campesina tierra no es nuestra hermana o madre, ella es más; ya que ella es lo que somos y el donde estamos.  Habitamos en ella y ella en nosotros.  Cristo hace parte de lo que somos y el donde estamos.  Nosotros residimos en él, y él en nosotros. 

¿Cómo se percibir a Cristo desde de los ojos campesinos y huérfanos?  ¿Qué nociones se tiene acerca de Cristo a partir de una perspectiva humana desplazada?  ¿Cómo entender a Cristo desde una mirada que vive el día a día sollozante, y que resistiendo da un paso a la vez?  Y principalmente ¿Cómo promover la esperanza de Cristo a partir de una mirada campesina latinoamericana para una comunidad de la periferia, que para ella el acto de vivir y enfrentarse a la muerte no es un presupuesto sino un hecho?  Pues es enfrentarse a la muerte no bajo un supuesto, sino bajo un real suceso, ya que la línea divisoria entre la vida y la muerte está tan diluida que no hay tiempo para sospechas. 

     Debemos percibir a Cristo a partir de lo humano, porque nuestra naturaleza es humana.  Y desde lo humano debemos intentar comprender lo divino, puesto que lo divino se hizo a lo humano.  No podemos intentar adquirir luces de Cristo a partir de lo divino, porque no nos hemos hecho a lo divino.  Cristo nos comunica lo divino en la medida que lo vivenciamos en lo humano.  Hablar de Humano y Divino, es hablar de dos categorías cósmicas que se entrelazan en consustancialidad.  Cristo es aquel que trae Buena Nuevas de Salvación e igualmente de Esperanza, pero también se vislumbra en aquel que toma el azadón y se sacude el sudor de su frente.  Cada ser humano es un rostro individual del colectivo de la figura de Cristo, ya que la humanidad, hombres y mujeres son: la Imago Dei et Imago Christi (Imagen de Dios e imagen de Cristo).  Porque si no es así, entonces ¿dónde queda su omnipresencia, la cual penetra los hilos de la historia y aún cohabita encarnadamente en la realidad de la periferia?

Y para hablar de Cristo también se hace importante incrustar en los términos de salvación un concepto de eternidad.  ¿Qué es la eternidad?  Podemos decir que el símbolo de la eternidad es la cruz fructífera de esperanza que, en medio del valle de los huesos secos, florece; convocando y aunando a los marginados que están dispersos; prevaleciendo sobre la muerte, haciéndole resistencia a la frustración y a las injusticias sociales, anteponiéndose ante el no-futuro; haciéndose profecía para el desvalido y solitario, y devolviéndole la vida a lo seco.  De igual manera, el signo de la eternidad es en el cielo y en la tierra, uno, y asimismo en lo divino con lo humano.  La eternidad de Cristo, llena de huesos y carne trascendente, es una en el cosmos.  La eternidad de Cristo se hace visible en el obrero, en la fehaciente fe de barrio y barro, en aquella señora que ofrece sus flores para la liturgia.  La eternidad cobra vida en la medida que la comunidad vivencia su fe, y recorre el camino al lado de la cicatriz que dejó en el suelo la pesada cruz.  Y aún la eternidad se vislumbra en aquel que, aunque sabiendo que todos los días va a tener un muro en su frente, truncándole el camino y sus sueños, no lo dudará y todas las mañanas devotamente se levantará con la ilusión de dar un paso a la vez.  La esperanza del pobre y el campesino de la periferia es su fe, puesto que su fuerza reside en su misma debilidad, porque aún después de la muerte nos abrazará la esperanza.

     Es por eso que debemos creer en el Corpus Christi (Cuerpo de Cristo) que parte y se reparte en el fruto y en la sangre de la tierra, el maíz y la aguapanela, en el pan y el vino con el católico, el anglicano, el protestante, del mismo modo con el musulmán, el hinduista, el harecrishna, pero además con el indígena, el afro y el blanco.  Debemos creer en el Cristo no terrateniente ni privatizado.  Debemos creer en Jesucristo y en su palabra como aquel carpintero que desnudó su pecho y talló la madera en el regazo del sol; debemos creer en el Cristo que acompaña a los desplazados abatidos, y que junto al pueblo se crucificó.  Y es por esto que creo en el Cristo obrero que se afincó en Latinoamérica, y resistiendo a la muerte gritó: ¡Hay esperanza! ¡Hay liberación!





Hugo Oquendo-Torres.
11 de Agosto de 2008


1.  CASALDÁLIGA Pedro.  El vuelo del Quetzal: Espiritualidad en Centroamérica.  Maíz Nuestro: Panamá. 1998.  17p.