Juanita
de mi angustia,
Juanita
de mis días.
Juanita,
no estaré más.
En
los paisajes que veas al borde del camino hacia tu pueblo, volviendo hacia el
sur, el vacío estará.
No
habitaré más tu espacio.
De
cada árbol, de cada hoja, de cada piedrecita al borde de la carretera sin-nombre he recogido mis ropas.
Mi
hedor, nada de mí estará.
El
vacío en el paisaje de tu piel ha quedado.
Yo
el poeta perdido y tú ave de otoño presa en tu cárcel de espuma, como tú misma
lo has sentenciado.
Esa
mansión de ensueño.
Castillo
maldito por la lluvia noviembre.
María
Teresa y Danilo se vuelve a repetir en esta pared.
La
canción sorda una vez más suena debajo de tu falda.
La
erótica, esa pasión thánica que nos lleva hacia el placer, se devela sin ropas.
El
cuerpo muere cuando por encima del eros se erige la razón, ese marco lógico que
augura una noche de mal sexo.
Marea
baja de los lunes, el cosmos muere en la razón y resucita cuando en tu cuerpo de
universo explota un orgasmo.
Tu
pubis, techo del universo.
Dale
libertad a tus ojos para que hablen lo que en silencio se han tragado, porque
en las palabras rotas se reservan supernovas a la espera de la vida.
Presionaré
mi pelvis hasta el tope de tu fuego para que de nuevo se vuelva a escribir otra
teoría del origen.
El
punto ge es la chispa de la vida que los dioses han lamido de las paredes
ciegas.
Las
alargadas sombras de mis dedos en tu cuerpo expatriado se proyectan cuales
piernas de patinadora artística.
Juanita
bonita, tus manos puñales que hieren mis palabras cuando alcanzamos la lluvia,
esa pequeña muerte.
Hugo Oquendo-Torres
Sombra de un
verano
05 de Diciembre, 2012