En
medio de mi soledad sedienta,
boca
abierta en aridez de letras.
Sedienta
del agua de las cavernas de tus lunares marrones,
fuente
siempreviva que se escurre por el dorso izquierdo de tu alma.
En
esta honda soledad,
tan
silenciosa, tan magra;
soledad
de vidrios rotos,
tarde
con hedor a cloroformo,
toco
la yema de tu rancia voz;
mientras
los zapatos heridos caminan los recuerdos de arena de mar.
En
el fondo Silvio Rodríguez entona una pequeña serenata diurna para la noche y su
vestido rojo que se desnuda de luna.
Sueño
diurno que se abre, mudo.
Mis
labios saben a sal.
Mis
lágrimas se hacen travesía por entre las líneas de este poema.
Miro
a través de la ventana los faros encendidos de tus ojos profundos.
Sur
en brasas, atiza la llama de este abismo.
Maldita
distancia que se inaugura apenas muere la tarde, aquella que muerde nuestros
cuerpos desprovistos de letras al viento.
Bestia
herida es este poema de carne seca.
Mi
memoria carga con tus muertos y los ataúdes de tus ropas.
Los
ojos son dos estanques donde las estrellas nadan como pececillos fugases.
El
camino con su rostro cansado abre su mano bordeada de arbustos de matarratones
florecidos.
Los
rincones se lamentan en tu ausencia medianoche.
Hombre
triste con su mano tibia en la sombra del estanque.
El
mes de febrero siempre llega temprano.
Hugo Oquendo-Torres
Sombra de un
verano
09 de Enero, 2013