Cuando la soledad es un cáncer que sabe a hierro en nuestra boca,
es la muerte el
camino; pero cuando se viste la vida con color rojo
y se escapa ese
diminuto rayo de luz por entre las rendijas de nuestros cuerpos,
ni un segundo
pierdas en dudarlo, déjate seducir por ella.
No
sé hasta el momento para qué escribo tanta mierda
si
todas las raíces de los árboles han de padecer la sed que arropo en mi garganta
árida.
Para
qué ponerle color a la metáfora, si ésta ha sido violada y de su hemorragia no ha
de salvarse.
Por
qué hablar de la fruta prohibida cuando está roja,
de
las pieles mojadas,
del
cabello lacio del otoño,
cuando
ya todo es un remedo estéril.
Las
semillas de los bosques frívolos han sido incineradas.
Mis
tripas las he vaciado, allí en el papel ha quedado la podredumbre.
Cuál
es la razón de escribirle a las ciudades rotas si mi canto del cuerpo ha
fenecido.
Ínfulas
de una paz quebrantada que el río ciego ha infectado, en el instante que la bilis
se apodera de mi boca llagada.
El
mar de los viernes en la tarde se ha intoxicado en su lejanía, ya sólo se
escuchan rechinar sus viejos pliegues en el muelle abandonado.
Ahora
las ratas grises son el decoro de esta masa de carne y huesos desgarrados.
La
sangre seca ha quedado desperdigada en las paredes.
Seré
yo el poeta suicida que le garrapateará letras a los rincones huérfanos y
a
los soles enmohecidos.
En
el hedor del ocaso mi lápiz ahora es una fría cuchilla que hiere la planta de
los pies.
Todas
estas letras supuran este envenenado vicio, siendo las viejas monedas de bronce
puestas en mi frente.
Si
es triste este poema es porque la vida ha sido preñada por ello.
Si
es sombra este verano, es porque una melodía ha muerto y los del frente
no
han sabido leer mi melancolía diurna.
Este
quizá será el verso más tenue que no tendrá amparo, porque las flores y toda la
primavera mueca se suicidarán en su letargo mientras este poeta muerde el
polvo.
Cambio
este verso maldito por una taza de café y el calor de unos labios que me lleven
al infierno de tu mirada insomne.
Hugo Oquendo-Torres
Sombra de un
verano
27 de Noviembre, 2012