Si
por mi pagana poesía abrazaré las alas del infierno,
entonces
acepto a Jesús, compañero de mi patíbulo,
caminante
de este hades,
otro
hereje condenado más,
víctima
del dogma de la verdad.
Aquellxs
imperdonables que le hemos hecho una abertura a la historia,
profanando
el lugar santísimo hasta hacer del infierno nuestra libre morada y del cielo un
estado de tedio,
por
nuestros cuerpos hemos alcanzado la desvestida eternidad.
No
quiero la absolución que me cierre los ojos ante las hojas verdes de un árbol
excitado que insemina la tierra.
Tampoco
deseo dejar de sumergirme en los labios menores del mar.
Mucho
menos quiero negarme a la lluvia de Mayo que se escurre entre las piernas
mojadas del tiempo.
Prefiero
el pecado y el infierno, que esta carne humana arda, a la condenación del tedio
en el paraíso.
Imperdonables
todas y todos, haced hogueras con los libros de la verdad.
Rasguñar
las paredes del fuego es ahora dejar que el cuerpo sienta con hondo placer el
sol de las tres de la tarde en la piel,
es
manosear con mis dedos mojados la salobridad en el aíre.
Santo
placer, esta poesía tersa que se mece, leve, en mi mano.
Este
desnudo poema será una blasfemia,
boca
abierta al fuego y al azufre
para
aquel ser revestido de dogma,
pero
es mi liberación, tan humana como sagrada, esta pequeña grieta que le he hecho
al reino celestial.
Hugo Oquendo-Torres
Sombra de un
verano
08 de Diciembre, 2012