(Para
Luisa, José, Carolina y Johana.
Cuatro
hermanitos que han creído en mi poesía).
En
una noche de peces acuarela,
la
luna llena deja caer su alba
sobre
los techos de zinc.
Se
iluminan las hojas de los arbustos
de
las casas de plástico y cartón,
tornándose
plateadas
como
pequeñitos espejuelos
que
destellan con el roce leve
de
la nocturna brisa.
El
amor, pan del pobre,
hueso
que ruñe con hambre el desamparado.
Abren
las manos con esperanza
la
mujer solitaria y sus cuatros hijos,
mientras
sus pies desnudos amasan el barro.
La
dignidad,
honda
ausencia en los cánones de la historia,
crece
en la huerta del patio,
al
lado de la manzanilla y el romero.
Los
perros callejeros aúllan
en
la vera del camino,
y
sacuden sus pulgas
como
sacudiendo el polvo del universo.
En
una improvisada mesita de noche
Johana
traza las vocales en su cuaderno;
José
pasea su carro de juguete por las paredes,
ignorando
la ley de la gravedad;
Carolina
me ve escribir este poema
bajo
la luz de la vela
y
Luisa tararea la ronda del abecé.
Los
peces dorados nadan
en
las rizos naranjas de los niños,
mientras
vuelan como pájaros las estrellas.
Hugo Oquendo-Torres
Poética de lo simple.
21 de Diciembre, 2012