Leo
un cuento de Pablo Montoya, de El beso de
la noche, y me acuesto para hacer la siesta de las tres.
Luego
me despierto y pongo a hervir agua para el café que mezclo con mi poesía.
El
ojo que he dibujado en la servilleta me mira desde la mesa de madera, que he
puesto en el improvisado comedor.
Mientras
duermo la brisa golpea con arrojo las hojas de zinc.
Los
techos de las casas son hojas de libros que pasa el viento.
Una
hormiga se pasea por mi vientre como explorando un desierto.
La
luz del sol se diluye en mi cocina, abrasa con su calor las legumbres rojas que
hay en el plato.
La
tarde es interrumpida de súbito por un trueno de verano que insinúa una amenaza
de aguacero.
Esta
noche promete ser fría.
En
mi cabecera un cuaderno lívido de notas con mis gafas replegadas y un lápiz a
la espera de escribir la tarde.
La
calle alarga su lengua reseca para beber las primeras gotas.
Los
perros callejeros y aun sus pulgas celebran el agua.
Delirios
de agualluvia.
Cierro
mis ojos profundos y me dejo caer en la modorra.
Toda
mi casa es invadida por el olor a café tostado.
Hugo Oquendo-Torres
Poética de lo
simple
14 de Enero, 2013