martes, enero 22, 2013

Delirios.



I
Bebo las estrellas junto con los nubarrones que despuntan en la tarde, detrás del cerro.
La jarra de cerveza quedó vacía, ni una sola letra me alcanzó para humedecer mi boca desértica.
Tengo un cuento en mi estómago y un zapato viejo que baila en el retablo del piso.
La génesis.
Los insectos no sienten el tormento de vivir porque nunca su paz es quebrantada, no porque todo lo tengan sino porque cada instante de su efímera vida, la viven.
Ellos no caen en el letargo de una crisis existencial.
Cada instante pasa por sus bocas.
Ellos digieren el tiempo y lo hacen excremento.
Su voz fuerte no emula la dignidad que habita sus carnes.
Para sentir mi poesía en tu mano copiosa, debes caminar mis zapatos rotos.
Los libros son cadáveres de árboles en los que en sus huesos blancos todavía se talla la palabra: locura.


II
Como es de plácido escuchar música en la noche cuando todo reposa.
Mejor diría bonito, porque obedece a la mezcla entre éxtasis y dulzura.
Ella se desliza por el rocío que crece en las hojas verdes, adueñándose del viento.
En intervalos la brisa que ulula se amasa con los ladridos de los perros nocherniegos.
Los recuerdos de otras épocas florecen como si nuestro ser viajara de plano al pasado.
Recuerdo de río que pasa sereno por el ojo de la luna llena.
Si te has detenido de noche a ver pasar el río bajo el puente, descubrirás su lomo cansado.  Él se torna mudo porque las palabras le pesan en su quijada.
Los insectos se apropian del sueño mientras todavía en las rocas del camino resuena la música noctívaga.
¿Alguna vez de noche has tirado el anzuelo a la orilla del río?
Yo una vez pesqué el reflejo de una estrella.
El río de mi pueblo inunda mi memoria y esta música nocturna no cesa.




Hugo Oquendo-Torres
Poética de lo simple
11 de Enero, 2013