(A Juan Rulfo)
Vastas
montañas solitarias,
sólo
habitadas por el soplo hirviente,
dulce
desolación.
El
fuego se conflagra en el horizonte.
Cuando
el llano arde en llamas
se
quema el cielo,
en
la lengua su ceniza se torna azucarada,
la
tierra incendiada
implora
el hálito de la lluvia.
A
té de albahaca sabe todo el atardecer.
Sol
poniente y llano en llamas,
una
sola pintura a las cinco de la tarde.
Y
antes de que se levante la noche de abril
las
últimas letras crepitan en nuestra espalda,
mientras
los pastizales tostados
se
confunden con el dorado trigo.
El
humo de los tizones
huele
a agualluvia,
de
las preñadas nubes
braman
los tambores del cielo.
Hugo Oquendo-Torres
Poética de lo
simple
07 de Febrero